Rosario y Julián, dos jóvenes corraleños de 16 años unieron su destino en 1941 al de otras famosas parejas de enamorados cuyo desenlace ocurrió de manera trágica.
La historia y la literatura están llenas de eventos de amores imposibles que terminaron en tragedia, pero que, sin embargo, denotan al amor como la más poderosa de las pasiones, capaz de inducir hasta la muerte a los que lo profesan.
Por Aparicio Ortiz
Historias universales como las de Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa, Marco Antonio y Cleopatra, los amantes de Teruel o la de Inés de Castro y el Rey Pedro de Portugal (estos últimos, enterrados según ordenes de Pedro, pies contra pies en lugar de uno junto al otro, para que el Día del Juicio Final, al resucitar, lo primero que vieran fueran sus rostros), que nos enseñaron cómo el amor o su imposibilidad a veces transciende la propia vida, buscando en la muerte la aliada que asegure la eternidad al lado del ser amado.
Rosario y Julián, dos jóvenes corraleños de tan solo 16 años pasaron en 1941 a ser parte de este selecto club de amores trágicos. Esta es su historia.
Para un pastor, las fechas navideñas apenas suponen cambio con respecto al resto de los días del año. A pesar de su papel preponderante en los belenes, las ovejas no entienden de zambombas y almireces acompañando los alegres villancicos, que al calor de la lumbre, entonan los humanos para celebrar el nacimiento de Jesús. Por eso Julián, como todos los días, se ha levantado antes de que salga el sol, ha preparado el avío con el que llenar el zurrón (las escasas viandas consisten en un mendrugo de pan y un cacho de queso, es tiempo de hambruna y la cartilla de racionamiento limita los víveres a conseguir. Si no se recurre al estraperlo, la comida apenas alcanza para toda la familia) y se ha dirigido al corral a preparar a los animales.
Con la ayuda de un candil, comprueba que el rebaño está tranquilo y que no hay ninguna oveja enferma. Carga la borrica con las aguaeras y las mantas y prepara a los perros para iniciar el camino.
Seguidamente, bajo la guía del soniquete de los cencerros que portan las ovejas dóciles y con los perros vigilando que el perímetro que conforman los animales se mantenga uniforme, pastor y rebaño atraviesan el pueblo camino de la veredilla de Sotolobo.
Los días en el campo son largos y Julián permanece ensimismado, con las preocupaciones correteando a su alrededor al igual que el ganado.
Cada tarde baja hasta la fuente de Santa Ana con la esperanza de encontrarse con Rosario
Cuando por primera vez le echó el ojo a Rosario en una boda, inmediatamente supo que ninguna otra moza ocuparía lugar alguno en su corazón, ese que ahora late desbocado y que le ha sumido en sentimientos que nunca antes había conocido, desde entonces se ha convertido en su más rendido pretendiente. Cada tarde, al volver del campo, baja hasta la fuente de Santa Ana con la esperanza de encontrarse con Rosario cuando baja a llenar el cántaro de agua. Ella, al principio esquivaba el cortejo cambiando de lado de la calle, pero su tozuda insistencia acaba con la tímida resistencia de la joven. Desde entonces la acompaña hasta los límites de su casa y le susurra promesas de amor eterno. Rosario se deja halagar y le devuelve sonrisas que alimentan la ensoñación de Julián de llevarla al altar a pesar de la oposición de las familias, que en principio no ven con buenos ojos esa relación.
De tarde en tarde, Julián y sus amigos se juntan en torno a una hoguera y cantan canciones ayudados por una bota de vino. Algunas son clara reminiscencia de la reciente guerra, otras tienen un regusto picante, a él le gusta especialmente Los cuatro muleros. Aunque no sabe mucho de letras, siente que una de las canciones que ha oído hace poco resume el estado de su alma, la canción* dice:
Solamente una vez
Amé en la vida
Solamente una vez
Y nada más.
Una vez nada más
En mi huerto
Brilló la esperanza
La esperanza que alumbra el camino
De mi soledad.
Una vez nada más
Se entrega el alma
Con la dulce y total
Renunciación
La ha memorizado porque quiere cantársela a Rosario, para que sepa en bonitas palabras como de profundos son sus sentimientos. Pero ella, ya hace unos días que ha dejado de ir a la fuente. El último día que la acompañó, Rosario le dijo que se sentía mal, que le dolía la tripa y que había estado “devolviendo”. Julián, siempre animoso le contestó que, acostumbrados a comer más mal que regular, en estos días de navidades en los que hasta la familia más pobre hace un esfuerzo para llenar la mesa de dulces con los que agasajar a los parientes, con esos “atracones” de los que las tripas no tienen memoria en tiempos de miseria, seguramente algo le habría sentado mal.
Al abrigo de un majano y arropado con una manta sigue sumido en sus pensamientos, echa un vistazo al rebaño, sonríe al divisar el cordero que ha escogido como favorito a ser sacrificado el día que las dos familias, para celebrar el compromiso y la próxima boda, vayan al río a lavar la lana**. Tendrá que convencer a su padre, pero su decisión es firme.
Uno de los perros recostado a su lado enhiesta las orejas y se reincorpora súbito, por el camino con trote cansino avanza en su dirección una caballería. Reconoce al jinete, es un mozo de su edad que viene del pueblo de recoger algunos víveres encargados por su amo y está de vuelta a la quintería donde está empleado. Julián le invita a liar un cigarro y “pegar la hebra” un rato.
El recién llegado, que ignora la condición de pretendiente de Julián, le comenta que esa misma mañana, al parecer, un cólico miserere*** se ha llevado la vida de una moza de 16 años que vivía en la calle de los muertos. Julián torna lívido y pregunta por los detalles de la familia de la joven. No hay duda, se trata de Rosario, su amada. Entonces comprende la ausencia de los últimos días, y se da cuenta de que él no estaba allí, en el único lugar que importa.
...llama la atención un rebaño disperso y ningún pastor a su cuidado.
Cae la tarde y a los labradores que vuelven de sus labores por el camino Manotero corto, les llama la atención un rebaño disperso y ningún pastor a su cuidado, reconocen el ganado por lo que a su llegada al pueblo avisan a la familia de Julián que, alarmada, sale inmediatamente en su busca. Tras unas horas de angustioso e infructuoso rastreo, finalmente cerca del mismo camino, frente a al arenal de Apolonio y en el interior de un pozo de noria hallan el cuerpo inerte, sin vida, de Julián.
Ahora son dos las familias desoladas y unidas por la desgracia, que sienten que las parcas hilaron demasiado corto el destino de la joven pareja. Los entierran en tumbas adyacentes, como si la cercanía en la muerte pudiera compensar la vida que esperaban tener juntos y que ya nunca tendrán.
Quizás, y solo quizás, en su desesperación Julián pensó en las mismas palabras que años más tarde pronunciaría la filósofa y escritora Simone de Beauvoir al saber del fallecimiento de su atípica pareja el también filósofo Jean Paul Sartre: “Su muerte nos separa. Mi muerte nos volverá a reunir”.
* Solamente una vez es una famosa canción compuesta por el cantautor mexicano Agustín Lara y que interpretó por primera vez la también mexicana Ana María González en 1941
** Lavar la lana es una antigua tradición en la que los novios prestos a casarse junto a sus familias se dirigen al río a lavar la lana que rellenara el colchón y las almohadas de los futuros esposos. Servía como presentación oficial de ambas familias, donde se comía, bebía y cantaba para celebrar el próximo enlace.
***Cólico miserere es como se denominaba vulgarmente a lo que hoy conocemos como apendicitis, que si no se trata a tiempo (extirpación del apéndice) lleva a la muerte por infección.
Agradecimientos:
• Me gustaría agradecer desde aquí al joven de 92 años, León Plata Cañadas, amigo de la infancia de Julián cuya prodigiosa memoria sirvió para ajustar a la realidad del momento el relato anterior.
• De gran utilidad resultó la consulta del vocabulario típico ubicado en la web: amigosdecorral.net para la utilización de algunos vocablos ya casi en desuso.