El cielo, encapotado, gris, hoy llora y grita. Lágrimas de un pueblo que caen en la triste tierra que hoy cubre a las personas que han perdido esta batalla. Almas que se marchan sin una caricia, sin un beso en la más cruel soledad. Los truenos, incesantes, ensordecedores, son nuestros gritos de angustia y rabia. Cúmulos de emociones diarias, semanas en un carrusel de sentimientos que me he prometido, ¡no podrán conmigo!
Corral se tiñe de negro, la muerte, caprichosa pasea a sus anchas y parece que no hay nada que pueda detenerla, sólo el destierro en nuestros hogares es lo que nos salvará. Miro a través de la ventana, abstraída, soñando con un futuro que está a la espera, latente al otro lado, que nos regalará la cotidianidad tan deseada en nuestras vidas y de repente, mi nueva rutina me llama. Llamadas, mensajes, correos, expedientes, promesas por cumplir, proyectos a la espera de convertirse en una realidad por los que sigo luchando, sin pausa. Llamadas diarias con negras cifras que a veces, me hacen temblar y me acongojan.
En este preciso instante, estando mi corazón encogido, el sol acaba de deslumbrarme ante tanta oscuridad, y sé que he de ver la luz al final de este largo túnel que parece no acabarse y sé que la luz volverá, y no vendrá sola, la acompañará un perfecto arco iris que aparecerá, sin darnos cuenta al acabarse esta tormenta.
Y ante tanta adversidad me reencuentro conmigo misma, siento que sigues ahí, a pesar de saber que ya no volveré a ser como era, mi sensibilidad es la que alimenta mi alma para seguir luchando y la fortaleza crece en mí cada día, para no dejarme vencer y seguir siempre dando lo mejor de mí.